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El Guardia Civil Manuel Folk Helst “El Héroe Secreto de La Carlota”

Redacción 1 | 25 de julio de 2017

Este artículo está dedicado a una persona que vivió de lleno aquel difícil momento de nuestra historia que fue la Guerra Civil, concretamente en  La Carlota y sus alrededores. Hasta ahora la biografía de esta persona sólo se conocía en la memoria de unos cuantos carloteños, especialmente familiares suyos, cuando creemos que hay motivos más que suficientes para que ello no sea así.

Se trata de Manuel Folk Helst, cuyo periplo vital debemos recuperar para conocer una experiencia realmente excepcional y pocas veces escuchada en el marco de nuestra guerra, motivo por el que consideramos digna de recuerdo y de ser difundida entre todos los habitantes del municipio carloteño.

Manuel Folk nació en el 4º Departamento de La Carlota el día 20 de febrero de 1898, a las 11 de la noche. Era hijo de Rafael Folk Cañedo y de María Josefa Helst Mayer, familia descendiente por ambas partes de los colonos centroeuropeos que vinieron a poblar La Carlota, como demuestran claramente sus apellidos. María Josefa, o Pepa como le decían, se dedicaba a las labores de su casa y Rafael fue el operario que suministraba el carbón a la máquina de vapor de la fábrica de harina que tenía en el Charco Bermejo de El Arrecife el inglés Walter Horne, por lo que fue apodado “El Tisnao”, dado que siempre estaba manchado de hollín. La familia vivía en una de las llamadas “casillas de la fábrica”, que eran las viviendas de los obreros que trabajaban en la fábrica y que aún hoy, aunque transformadas, podemos ver en pie perpendiculares a la Nacional IV y junto a ésta, frente al antiguo Hostal Aragonés (hoy Facultad de Teología). Allí se crió Manuel, con sus padres y sus siete hermanos (Luisa, Francisco, Serafín, María Antonia, Alfonso, Rafaela y Pepe, este último hijo de Rafael y su segunda esposa, María Rojo Mula, que murió al darlo a luz). Manuel fue apodado “El Moreno”, pues era el que tenía los cabellos más oscuros entre sus hermanos.

            En 1919 Manuel fue llamado al servicio militar. Contaba con 21 años. El 26 de febrero del año siguiente se incorporó al 4º Regimiento de Artillería Pesada en Córdoba, y el 1 de septiembre de 1922, en pleno comienzo de su carrera dentro de la Benemérita, al Primer Tercio de Caballería de la Guardia Civil en Madrid, pasando luego progresivamente a los tercios 27º, 18º, 5º y 31º. Los puestos por donde pasó fueron los de Bellas Artes y Guzmán el Bueno de Madrid; los de Guadalcázar, Montoro, La Carlota, de nuevo Guadalcázar y FernánNúñez en Córdoba; La Junquera y Celrà en Gerona, y, finalmente, San Quirze de Besora en Barcelona. En este último puesto, el de San Quirze, se licenció el 20 de febrero de 1949, permaneciendo en él durante el resto de su vida. Entretanto, Manuel había contraído matrimonio con Ana Fuentes Finque el 18 de febrero de 1924 en la parroquia de Santa Marina (Córdoba). Ana era natural de San Sebastián de los Ballesteros pero vivía con sus padres en Córdoba desde 1917. Tras el matrimonio acompañó a su marido a los diversos puestos donde estuvo destinado, naciendo de la unión de ambos seis hijos. En cuanto a graduaciones, Manuel llegó a ser cabo de la Guardia Civil el 1 de julio de 1937, sargento el 29 de septiembre de 1945 y teniente honorífico el 1 de febrero de 1961.

            Como él mismo refiere en algunos apuntes autobiográficos que nos dejó poco antes de morir, durante su larga carrera en la Benemérita Manuel intervino en la penosa huelga de la panificadora de Madrid, en la de transportes de Barcelona, en la de Miraflores de la Sierra (Madrid), en la de Villa del Río (Córdoba), en dos de Villanueva de Córdoba, en la de Bujalance y en la de Fuente Palmera, donde millares de huelguistas tiraron a la basura unos 3 millones de litros de aceite (pensemos en las necesidades alimentarias del momento).

Asimismo, en el mes de abril de 1934 Manuel participó junto a sus compañeros de puesto José Martínez Galiánez, Miguel Navarro y Antonio Alcaldeen la recaudación de fondos para paliar la crisis existente entre las familias más humildes debido al parón en las faenas por las abundantes lluvias ocurridas en aquel mes. Si bien el Ayuntamiento había estado repartiendo durante tres días bonos de una peseta a las familias más necesitadas, ante la enorme demanda y la negativa del ayuntamiento de repartir más bonos, el jefe de puesto de la Guardia Civil, José Quesada Díaz, junto al cura Ángel Barbudo y algunas personas más había decidido crear ese fondo, con el que se realizaban comidas para las familias sin recursos. La misión del guardia Folk y sus compañeros fue ir de casa en casa y de cortijo en cortijo pidiendo aportaciones en forma de dinero o en especie.

También parece ser que Manuel participó de alguna manera o vivió de algún modo especial el famoso “crimen del barbero de la calle San Pablo” de Córdoba, ocurrido en enero de 1943 y por el que el barbero Francisco Reyes Serroche asesinó a un cobrador del Banco Español de Crédito, Enrique Gallego Gómez, que llevaba encima 20.000 pesetas que había cobrado aquella tarde y que le sustrajo el barbero.

Pero lo más horrendo del caso, y por lo que se ha hecho famoso, es que Francisco Reyes ocultó el cadáver de su cliente en la trastienda de la barbería, lo descuartizó y poco a poco fue tirando los trozos envueltos en papel de periódico al río, con el fin de no ser descubierto, mientras regaba con perfume los trozos que aún le quedaban en la trastienda para que el olor no lo delatase. Al final el barbero fue descubierto por la policía, juzgado por un consejo de guerra y fusilado en el cementerio de San Rafael por tan horrible crimen, sin duda uno de los más conocidos de la historia negra de Córdoba.

Pero de lo ocurrido en todos los puestos donde Manuel Folk estuvo destinado, tal vez lo más impresionante fuesen los avatares que tuvo que vivir durante la Guerra Civil española, conocidos gracias a los testimonios de otras personas que vivieron el momento o de sus descendientes.

Cuando este conflicto estalló, Manuel cumplía servicio en el puesto de La Carlota, a donde estaba destinado desde 1932 al menos, dato que se ha podido conocer al aparecer su firma en algunas cartillas militares de personas que cumplieron en Servicio Militar por esos años, como es el caso de la del arrecifeño Pedro Carmona Nieto.

Luego, en plena guerra, su nuevo destino fue el de Guadalcázar, pueblo vecino a su localidad natal. Fue sobre todo en estos dos lugares donde Manuel se embarcará en un juego de riesgo pero a la vez de convicciones firmes y humanidad al protagonizar una serie de acontecimientos por los que va a ser posteriormente recordado por muchas personas de nuestro pueblo y sus alrededores: la salvación por parte suya de la vida de muchas personas que iban a ser asesinadas en aquel ambiente de represión, insensatez, odios y horror.

No obstante, a la par que estos humanitarios acontecimientos que llevó a cabo, el guardia Folk tuvo que acatar las órdenes de las autoridades militares tras la toma del pueblo y llevar a cabo, por cuestiones propias de su oficio, otras acciones más rutinarias, según se aprecia en las crónicas del Maestro Nacional Modesto Cabezas, donde Folk siempre aparece al frente de la Guardia Civil en desfiles y celebraciones variadas llevadas a cabo en los primeros años de la contienda en La Carlota.

Por otra parte, sabemos que no fue Folk el único que llevó a cabo acciones encaminadas a salvar vidas durante la Guerra Civil en La Carlota, sino que debe sumarse a su nombre el de Venancio Abad, cabo mutilado de la Guerra de Marruecos, que fue ascendido durante la Guerra Civil a sargento y que también realizó acciones de ese tipo, aunque lamentablemente no conocemos ningún ejemplo.

Al estallar la Guerra Civil, la toma de La Carlota se llevó a cabo por guardias civiles de Córdoba al mando del teniente Manuel Albendea Rivas, quienes, una vez en el pueblo, detuvieron a las autoridades republicanas y a muchas personas más, cuarenta en total, que fueron todos encerrados en el patio del Ayuntamiento. Allí permanecieron durante varias horas, algunos desconfiando y otros, en cambio, bromeando y alegres, pensando que los soltarían rápidamente y sin sospechar cuál iba a ser su destino final.

Pero los presos, que debían haber sido conducidos a la cárcel de Córdoba, fueron montados en camiones y fusilados en la Cuesta de los Visos, poco antes de llegar a la capital provincial, aunque una parte sí fue conducida a la prisión cordobesa y llevados a los Visos en los primeros días de agosto para su fusilamiento.

Según ha narrado Adolfo Pulido García, entre esos apresados estaba su padre, Francisco Pulido Suárez, y su hermano, Antonio Pulido García. Fueron detenidos cuando Antonio se asomó a la calle al ver entrar los camiones de las tropas y su padre fue a advertirle del peligro que corría.

Cuando Manuel Folk paseaba en los años 80 por La Carlota, al llegar al quiosco de la prensa propiedad de Adolfo Pulido este lo abrazaba emocionadamente, porque lo apreciaban mucho entre otras cosas por amistad y por salvar la vida de su padre y de su hermano.

En aquel momento de la guerra, Manuel se valió de una ingeniosa artimaña para liberar del patio del Ayuntamiento a Francisco y Antonio Pulido.  Primero dijo a estos que cuando se acabase el agua del botijo que tenían los apresados fuesen a llenarlo al casino propiedad de su familia (hoy estanco y heladería de la calle Doctor Fleming); primero debía ir uno y después el otro. Mientras tanto, Manuel avisó a Andrés García Martínez, cuñado de Francisco, de que cuando fueran a por el agua se quedaran en casa y no volvieran al Ayuntamiento.  Así logró Manuel salvar la vida de estas dos personas, arriesgándose a ser descubierto, ser considerado traidor y, muy probablemente, acabar sus días de forma trágica.

Son numerosas las vidas que salvó Manuel Folk en La Carlota, aunque, lamentablemente, muchos de los casos no los conocemos ni los conoceremos nunca con detalle y total exactitud, entre otros motivos porque la gente que vivía por entonces y que pudiese tener conocimiento de ellos es hoy muy escasa, y también porque él, ya fallecido, no hizo nunca gala de esas hazañas, no sabemos si por humildad, por miedo o por no querer remover las oscuras cenizas del aquel pasado tenebroso. También es posible que, al haber sido guardia civil, pesaran sobre su conciencia todos los crímenes que durante la contienda cometió el cuerpo al que pertenecía, cosa que no sería de extrañar dada su gran sensibilidad.

En cualquier caso, ninguno de los testimonios orales que se han recabado sobre aquella triste época coincide en señalar a Folk como uno de los responsables de los crímenes cometidos por la Guardia Civil de La Carlota, pero sí a otros dos compañeros suyos llamados Galiánez  y  Quesada  y, por supuesto, al brigada Juan Rodríguez Montilla, jefe del puesto (en especial el mencionado Galiánez, autor de numerosas matanzas arbitrarias, más por rencores que por existencia de un enemigo real).  

Todavía se recuerda por algunas personas mayores la salvación de Fernando Rodríguez Muñoz “el Ascua”, vecino de El Arrecife. Enterado Manuel de que Fernando, al que conocía bien por ser de su mismo pueblo, iba a ser fusilado, se vistió de paisano y por la noche atrochó andando a campo traviesa por la “Casa del Cocinero” (detrás del actual Camping Carlos III) hasta llegar a El Arrecife, dando de lado a la carretera para no ser descubierto. Llegado a casa de Fernando llamó a la puerta y contestó Ana, su mujer, preguntando esta que quién era. Manuel respondió que era “El Moreno” y le dijo que se levantara su marido y fuera a esconderse al arroyo de La Marota, porque “iban a venir a por él”. Manuel añadió que no se paraba más, no fuese a ser que lo “pillaran” allí.

Otras personas de La Carlota cuyas vidas salvó el guardia Folk fueron Manuel Curado y padres, de Monte Alto, y José Ot “Charol” y “Periquito” Iglesias, estos dos últimos de El Arrecife. En el caso de este último, enterado Manuel de la fatídica resolución de su fusilamiento, salió desatentado y a toda prisa del cuartel y, encontrando a uno de El Arrecife de confianza, le dijo que fuera a avisar a “Periquito” para que se quitase de en medio, porque lo iban a matar.

También en el barrio del 4º Departamento donde Manuel había crecido, El Solar, salvó a numerosas personas. Se trata de un grupo de casas que se edificaron sobre las ruinas o solar de lo que había sido la primera industria moderna de La Carlota, la fábrica de harina del inglés Walter Horne.

José Luis Ortiz Segovia, un vecino de aquel barrio, nos cuenta que hasta tres veces borró de las listas de personas a fusilar a varios habitantes de dicho barrio. Entre ellos estaban los hijos de Juan Bautista Segovia Naas, su bisabuelo. Si no hubiese tenido lugar la salvación de aquellas personas, José Luis Ortiz indica que hoy prácticamente el barrio de El Solar no existiría, pues allí, un barrio pequeño, aún viven numerosas personas con el apellido Segovia, descendientes todas de aquellos que estuvieron fatídicamente sentenciados.

En su destino de Guadalcázar, durante la posguerra, Folk salvó otras tantas vidas. Allí le sucedió un hecho negativo que tendría siempre presente: el fusilamiento de uno de sus mejores amigos, Antonio Prieto Moreno, apodado “Cupido”, que trabajaba en el cortijo de Villafranquilla (cerca de Guadalcázar). Estando este durmiendo una noche en un pajar del citado cortijo, comenzó a hablar de la guerra y sus injusticias con un recién llegado muy harapiento, que hábilmente le había sacado conversación y que resultó ser un “espía” de los franquistas que no tardó en delatar a “Cupido”, yendo al instante a por él los matones. Cuando Folk tuvo noticias de lo sucedido a “Cupido” no pudo contener su rabia y exclamó: “-¡Hijos de puta, han matado a mi mejor amigo!”, lo que levantó la sospecha de sus compañeros y pudo hacer, según algunas fuentes, que lo trasladaran de pueblo.

Pero sin duda, la anécdota más conocida de salvación de vidas por parte de Manuel en Guadalcázar fue la de José Magaña, que trabajaba en el cortijo de La Torvisca.

Habiéndose enterado Folk de que esta persona estaba en la lista para fusilar, le dijo que hiciese un hoyo en el suelo, que se metiese dentro, que se lo tapasen con palos y granzas y que colocasen encima un trillo. Cuando, durante varios días, fueron los guardias civiles y sus acompañantes a buscar a Magaña para ajusticiarlo, Folk se colocaba sobre el trillo y los otros buscaban dentro y fuera del cortijo, hasta que al final lo dejaban por imposible. De este modo Manuel Folk arriesgaba su carrera y su vida por salvar otra.

Algunos días después del entierro de su sobrino Rafael Castro Folk, muerto por caída de bicicleta en la cuesta de La Carlota el 1 de noviembre de 1944, Manuel fue destinado al norte de Cataluña, concretamente a La Junquera (Gerona), dejando su tierra del sur definitivamente, aunque no en el corazón, donde siempre guardaría grandes recuerdos de amigos, familiares y de cuanto le aconteció, fuese grato o amargo.

Ante este hecho hoy hay que detenerse a reflexionar sobre el por qué fue trasladado el guardia Folk hacia un lugar tan distante como era el norte de España en su frontera con Francia, además un sitio muy peligroso para su trabajo por la cercanía de los maquis, que constantemente mataban a los guardias civiles en los puestos fronterizos.

Hay quien sospecha que pudo deberse a alguna amenaza o a una decisión de sus superiores o autoridades franquistas que quisieron “castigarlo” de esa forma al conocer su humanitaria actuación en la guerra salvando del fusilamiento a muchos habitantes.

A pesar de su marcha al norte, Manuel vendría por El Arrecife varias veces después, en la posguerra y ya en la democracia, a ver a su hermana María Antonia y a sus sobrinos. Cuando estaba en casa de su hermana o de su sobrino Manuel Castro Folk, siempre iba a verlo mucha gente, desde familiares a amigos, pero seguramente nadie sentiría por él lo que sentían aquéllos a quienes había salvado de un trágico final. Multitud de veces contó su sobrino Manuel Castro la fuerza de los abrazos que a Folk le dieron “Charol”, Manuel Curado y un largo etcétera de personas que tenían mucho que agradecerle... Manuel murió en San Quirze de Besora el día 16 de enero de 1988, a los 89 años de edad.

Como se ha señalado, el guardia Folk nunca hizo especial gala de estas humanitarias acciones realizadas por él durante el sangriento conflicto civil de 1936, pero casi con seguridad marcaron su vida para siempre y debió de ser consciente del inconmensurable valor de lo que había hecho. Pero no todo lo bueno lo hizo en asuntos relacionados con la guerra, sino en el día a día, en cualquier momento y ante cualquier situación comprometida que se le presentaba, y de su bondad sabe más que nadie su familia.

Su sobrina Carmela Castro Folk contó hace unos años que a todos los muchachillos delincuentes que apresaba simplemente les quitaba las navajas, les preguntaba quiénes eran sus padres, los dejaba ir y luego él mismo iba a devolver las navajas a los padres de los chicos, sin imponer sobre éstos el más mínimo castigo o multa, porque era consciente de la penuria económica que sufrían las familias en el momento. Muchas acciones de bondad referentes a Manuel podríamos seguir contando, pero todas tendrían el mismo objetivo y acabarían cansando al lector. Sólo deseamos añadir que en algunas cartas que Manuel remitió a su familia pocos años antes de morir, aparece insistentemente una idea que parecía casi obsesionarle: la bondad.

En todo momento Manuel distinguía entre malos y buenos, y tenía el convencimiento de que sólo los buenos llegarán lejos, mientras que los malos se quedarán a medio camino y no serán nada en la vida. Sin duda no fue este último su caso, pues, a pesar del controvertido papel que le tocó representar en el momento -guardia civil en plena guerra civil -, demostró una bondad y una consideración hacia el semejante fuera de lo normal dentro lo que se cabría esperar con esa profesión y en aquel momento preciso.

Prueba de ello es que, cuando salió de La Carlota con dirección hacia su nuevo destino en el norte de Cataluña, multitud de personas protestaron por su traslado agolpadas en la orilla de la carretera, a la vez que lo despedían con un sincero y sentido adiós. Sin duda, todos los allí presentes sabían que el guardia Folk había sido un buen vecino que había hecho mucho por su pueblo.

Agradecer toda la disposición al historiador Antonio Martínez Castro, y haber entregado todo su trabajo de recopilación histórica de Manuel Folk.

 

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